Una historia para reir y llorar
Es bien sabido que toda inocencia tiene algo de tonta y ser
tonto es ser vulnerable, es estar bastante expuesto. Este es el caso de la
cierva.
Todos sabemos que los tigres son audaces. Los tigres son
rápidos, experimentados, letales. A los tigres hay que tenerles miedo, son casi
imposibles de dominar y nadie ha conocido la piedad de un tigre. Este es el
caso de este tigre.
No era una cierva especial y era un tigre cualquiera, por lo
tanto, debían estar separados.
La cierva caminaba desprevenida, buscando pocitos de agua,
comiendo bayas, esquivando ramitas. Y de vez en cuando se separaba de la manada,
como hacen las ciervas bonitas, cuando son jóvenes y no saben nada.
El tigre tenía hambre. Pisaba la hierba indiferente, trepaba
árboles y bostezaba con tedio. Se movía suavemente, pero le cambiaba toda la
expresión del cuerpo cuando veía algo apetitoso.
La cierva y el tigre se encontraron. La cierva quedó
sorprendida, no corrió a tiempo. El tigre se relamió los labios.
Todos sabemos el final de la historia. Hoy la cierva no
existe y pasado mañana el tigre va a cumplir 33 años.