“Son sus
ojos de cachorro, lo que no cambiaría por nada. Esas pupilas marrones, tibias y
suaves como mousse de chocolate, que no se pega, que son como nubes que
acarician mis mejillas, que abrazan desde atrás mi cintura y me dicen que estoy
linda. Esas pupilas grandotas, enmarcadas
por dos cadenas de pestañas con la densidad perfecta, tan lisas, con una
curvita ligera, con ese sutil brillo que indica una hidratación equilibrada y que
en las esquinitas se unen en paz, dejando la forma almendrada más serena y
dulce de la tierra. Son mi cielo, mi paraíso después de la muerte.”
Yo
estaba tan cómoda entre mi soledad y mis melancolías, esporádicas o constantes,
pero ante todo predecibles y controladas, para que venga este pendejo a
cambiarme la vida.
En
este momento le sería infiel, sólo para vengarme de que me haya hecho quererlo.
Para que vea que aunque se apoderó de mi corazón, igual soy capaz de hacerle
daño. Para que recuerde que no hay garantías en esta vida.
Maldita
necesidad de afecto. Es
desagradable.
Ya
no puedo escribir sobre desamores pasados, sus bajezas y las decepciones que me
causaron. Trajo consigo una especie de esperanza
Rosa
Con
lilas y estampados de florecitas primaverales
Son
sus ojos de cachorro,
como los imaginaba, los
que he soñado siempre: serenos, marrones, llenos de ternura, pendientes de mí. Son
esos ojos de cachorro, que tanto busqué y luego supe que nunca iba a encontrar,
pero que él ahora lleva en su cara como si nada, los que han construido
alrededor mío esta cárcel de mimos y besos.
Sus
atenciones me robaron la vida.
Ya
no sé cómo ser yo.
Me
enamoró y nunca se lo voy a perdonar.