A Chusie,
los recuerdos son imperfectos, lo sé.
Nunca importó mucho la música.
Estaba todo el tiempo la risa
escandalosa y las historias en voz muy alta para amenizar.
Descripciones
gráficas en el aire o en papel con las que yo entendía exactamente lo que
querías decir.
Eso fue tu compañía.
Recuerdo una vez en un
restaurante de crepes.
Era de esos lugares tan
concurridos por familias que tienen manteles para pintar. Le pediste al
camarero crayones de distintos colores e hiciste énfasis en que eran para ti. A
pesar de eso, el tipo seguía poniendo cara de tonto y pareció que estuvo a
punto de buscar al niño debajo de la mesa.
No sé qué me contabas ese día,
pero los dibujos ocuparon todo el espacio.
Iban hacia muchas direcciones,
caminos azules esquivando los cubiertos, círculos rosa alrededor de las
servilletas y muchos nombres en amarillo, verbos verdes, mapas rojos,
borroneados por los aros húmedos que dejaban los vasos.
En realidad, creo que las
historias eran una excusa y lo que te gustaba era rayar, hacer líneas de
colores libres. El significado era lo de menos y es verdad, estar ahí era
suficiente.
Una limonada de coco y reíamos
enfrascadas en explicaciones innecesarias, convirtiendo anécdotas en películas.
Siempre alcanzó el tiempo para
lo que nos quisimos decir.
Reproches, malos entendidos,
comentarios paralelos, ampliaciones, declaraciones de amor, hombros, manos,
lágrimas, cumplidos, abrazos.
No quedó nada incompleto. Sin
embargo, hoy siento que faltó.
Nos falta.