A veces quieren tapar cosas, echándoles tierra y tierra
encima. Tierra y muebles y animales y música y alcohol y drogas, bailes y sexo
y más tierra y gente nueva y hobbies y ropa y cambio de look y desahogos
escritos o pintados y psicólogos y reflexiones y paisajes y atardeceres y
amaneceres y Parque Tayrona y espiritualidad y tiempo en familia…
Pero la pila de cosas se mueve y se agita de tanto en tanto.
Se sacude como un perro que quiere evitar ser enterrado por tantas inutilidades
de una vida sana. Lo que está abajo se agita, como un perro cuando lo acaban de
bañar.
No quería escribir una de esas historias patéticas que solo
son historias y nada más. Necesitaba contenido filosófico. Era su oportunidad
de tocar mentes. Y ¿para qué? No encontraba ninguna justificación motivante.
La teoría del absurdo llegó y se instaló entre frente y
nuca. (¿Rebuscado? Tal vez, pero es mi texto.) Entre frente y nuca se le
instaló el sentir absurda la existencia. El verdadero motor actual era
conseguir los medios para mantenerse feliz hasta que la muerte llegara y eso
iba a hacer. Era su decisión de vida. La más sensata, la más convincente que
había encontrado. La única en la que tenía fe.
Era obvio que la falta de amor le estaba afectando. Era
obvio, no?
En secreto (¿qué más secreto que hablar con uno mismo y no
comentar con nadie lo pensado? ¿Igual cuenta como secreto? ¿Acaso la magia del
secreto no radica en la posibilidad de ser descubierto, y si no sale de tu boca
esta posibilidad se anula? Poseía un secreto sin magia entonces), sentía que el
amor no solucionaría nada. Sería lo mismo, pero con la responsabilidad de los
sentimientos de alguien más a cuestas. Y algo más de compañía. (Es bonito,
igual)
A lo lejos sentía disparos o explosiones de bombas… En
ningún caso le causaban inquietud o lo hacían estremecerse; como si estuviera
preparado para la guerra.
Tal vez una guerra es lo que su vida necesita.
Las guerras son momentos muy sinceros en la
humanidad. Nadie se preocupa por cosas que no importan.
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