martes, 13 de octubre de 2015

Rencor

“Son sus ojos de cachorro, lo que no cambiaría por nada. Esas pupilas marrones, tibias y suaves como mousse de chocolate, que no se pega, que son como nubes que acarician mis mejillas, que abrazan desde atrás mi cintura y me dicen que estoy linda. Esas pupilas grandotas, enmarcadas  por dos cadenas de pestañas con la densidad perfecta, tan lisas, con una curvita ligera, con ese sutil brillo que indica una hidratación equilibrada y que en las esquinitas se unen en paz, dejando la forma almendrada más serena y dulce de la tierra. Son mi cielo, mi paraíso después de la muerte.”
Yo estaba tan cómoda entre mi soledad y mis melancolías, esporádicas o constantes, pero ante todo predecibles y controladas, para que venga este pendejo a cambiarme la vida.
En este momento le sería infiel, sólo para vengarme de que me haya hecho quererlo. Para que vea que aunque se apoderó de mi corazón, igual soy capaz de hacerle daño. Para que recuerde que no hay garantías en esta vida.
Maldita necesidad de afecto. Es desagradable.
Ya no puedo escribir sobre desamores pasados, sus bajezas y las decepciones que me causaron. Trajo consigo una especie de esperanza
Rosa
Con lilas y estampados de florecitas primaverales
Son sus ojos de cachorro, como los imaginaba, los que he soñado siempre: serenos, marrones, llenos de ternura, pendientes de mí. Son esos ojos de cachorro, que tanto busqué y luego supe que nunca iba a encontrar, pero que él ahora lleva en su cara como si nada, los que han construido alrededor mío esta cárcel de mimos y besos.
Sus atenciones me robaron la vida.
Ya no sé cómo ser yo.
Me enamoró y nunca se lo voy a perdonar.


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